Nuestro pueblo se apresta a participar nuevamente de los procesos electorales
propios de una República. Nos alegramos, porque marca la continuidad de la vida
democrática en nuestro país. Es una nueva oportunidad de mostrar los beneficios de una vida en libertad, y de afirmar los derechos ciudadanos. Como creyentes evangélicos entendemos que esto hace a la dignidad de las personas, al reconocimiento del valor de cada uno y cada una de los habitantes, y fortalece el vínculo humano de fraternidad y solidaridad.
Pasadas las elecciones primarios, y establecidos los candidatos propios de cada
partido, nos aprestamos a una nueva campaña electoral. Durante la misma entendemos
necesario afirmar el respeto por todos, todas y cada uno y una de los participes en el
acto electoral, sean votantes o candidatos. Aunque resulte obvio decirlo, el votante es
respetado cuando se le habla desde la verdad, se le presentan propuestas serias y
diálogos maduros. El debate respetuoso de ideas y propuestas es un deber de
esclarecimiento que la ciudadanía reclama. El proceso electoral es también una instancia educativa y debe ser aprovechada como tal para la formación ciudadana. Las opciones deben ser presentadas con claridad, y quienes las enuncian deben mostrarnos su coherencia, no solo ideológica sino también en su propia vida. La verdadera autoridad, como lo mostró Jesús, se sustenta en esa coherencia.
Por su parte los candidatos deben respetarse mutuamente, aun en la confrontación y
el debate. Se merecen el respeto y consideración también de quienes se expresan y
actúan como formadores de opinión pública desde los medios de comunicación social.
El desacuerdo y la confrontación de ideas son propias de la vida democrática, pero la
denostación pública del contendiente electoral, la burla o la acusación infundada y el
agravio gratuito, lejos de ayudar a generar un clima democrático no hacen sino degradar la tarea política y desalentar la participación ciudadana.
También queremos dirigirnos a los pastores y dirigentes de nuestras propias iglesias.
La vocación política, tanto de los ministros religiosos como de los laicos tiene su lugar
en la vida cristiana, y debe ser entendida y estimulada como un servicio (Mc 10:42-45),
especialmente dirigido a quienes son más débiles y necesitados, como nos lo recuerdan los profetas y el mismo Jesús (Mt 25:31-45). Pero no creemos que sea bueno que los pastores impongan una opción partidaria, ni que sea el púlpito el lugar desde el cual dirigir el voto de los fieles. También aquí es necesario respetar las opciones personales y confiar en la madurez y libertad de decisión de los creyentes. El evangelio nos orienta en nuestras opciones políticas, la fe nos guía en nuestra vida ciudadana, pero no debemos confundir esto con un particular favoritismo partidario o la unción de un candidato.
El Evangelio es anuncio de vida plena, de amor solidario, de libertad en el servicio
mutuo, de justicia para todos y todas, de la dignidad de todas las personas por igual, de
integridad de la creación. Es anuncio del Reino de Dios, presente en la esperanza
alumbrada por su Santo Espíritu. Nuestra misión es anunciar ese Reino y promover esa
plenitud. Sabemos que ningún partido político ni poder humano lo puede traer porque es don divino. Pero al mismo tiempo obramos desde el amor a nuestro prójimo para que la vida humana pueda realizar lo más posible el propósito amoroso del Creador. El
sentido de nuestra presencia social como iglesias es llevar nuestra solidaridad al
sufriente y defender la vida de los más vulnerables. También nuestra participación
ciudadana tiene ese sentido. Al participar de los actos electorales, desde el lugar que
cada uno pueda tener, afirmamos esta vocación y ayudamos a construir nuestra Nación desde la fe. Hagámoslo en conciencia y en gratitud al Señor, para traer bendición a nuestro pueblo.
Néstor O. Mígez
Presidente FAIE