“Mientras disminuyó el consumo de leche, creció el de vinos espumantes”: Mensaje de fin de año 2016

Buenos Aires, Diciembre/2016

Declaración Fin de Año 2016 de la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas

Como lo hace anualmente desde hace ya tiempo, nuestra Federación toma el tiempo de fin de año para reflexionar acerca de los sucesos de nuestra realidad cotidiana a la luz del Evangelio. Sin duda este año los cambios que se han producido en distintos órdenes de la vida ciudadana nos obligan mirar con especial atención tanto a lo que ocurre a nuestro alrededor como a la Palabra de Dios como guía y orientación en estos tiempos nuevos. Señalamos unos pocos elementos, elegidos por el impacto social que tienen, y que nos ayudan a pensar en el conjunto de la realidad que nos toca vivir.

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De la escasez y la pobreza

            Argentina no es un país que sufra escasez. Sin embargo, casi un tercio de la población tiene carencias derivadas de la pobreza, y es mayor aún el porcentaje si lo consideramos entre los niños y jóvenes. No podemos culpar de ello a la providencia divina. El Dios creador ha querido darnos un suelo rico, una naturaleza pródiga en toda clase de bienes, más que suficientes para cubrir las necesidades básicas de toda la población y aún para quienes vienen a ella en busca de paz y sustento. Es la acción humana, el sistema económico que nos rige y la egoísta avidez de los más poderosos hacia donde hay que dirigir la mirada.

Desgraciadamente esa desigual participación en los bienes que Dios nos ha dado se ha aumentado en este último año. La brecha entre ricos y pobres ha aumentado, la acumulación y concentración económica ha crecido, como también crece el desempleo. Seguimos ignorando las consecuencias ecológicas de las industrias contaminantes. El sistema impositivo ha vuelto a favorecer a los más pudientes en detrimento de los que viven de ingresos fijos, que han perdido valor comparativo. Aún más difícil es la situación de quienes han perdido su trabajo o viven de la economía informal. Mientras muchos sufren porque no pueden cubrir sus necesidades, crece el consumo suntuario. Un triste ejemplo: mientras ha disminuido el consumo de leche ha crecido el de vinos espumantes, incluyendo la importación de Champagne.

La idea liberal de que el egoísmo individual contribuye al bienestar de todos hace tiempo se ha demostrado falsa. La falta de solidaridad destruye un pueblo. Los paliativos que se anuncian no hacen a una mayor justicia distributiva. El supuesto derrame nunca se produce. La Escritura nos advierte que “los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero” (1Timoteo 6:9-10). El egoísmo no solo es un pecado individual, sino que destruye al conjunto social. Por el contrario, el apóstol Juan nos recuerda: “el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1Juan 3:17-18). El amor, llevado a la práctica social, se expresa en una mayor justicia en la distribución de los bienes y recursos vitales, que ayuda a cubrir las necesidades de todos y todas los que conforman este pueblo, y asegurar el cuidado de la creación en su totalidad. Y el estado, como expresión política del pueblo, tiene el deber fundamental e indelegable de bregar por esa mayor justicia en la distribución de los bienes y la sanidad ecológica.

De la justicia y el espectáculo

Sin duda la corrupción y los hechos delictivos que afectan la seguridad de la población han ganado la preocupación de nuestro pueblo. La mirada se vuelve a los poderes encargados de prevenir la violencia y administrar justicia. Esto debe ser hecho con seriedad y responsablemente, pero a la vez con discreción y prudencia, y lejos de las influencias de quienes, desde las diversas formas de presión, buscan beneficios personales o sectoriales. Todos los hechos de corrupción deben ser investigados, a cualquier nivel y de cualquier gobierno o corporación. Pero no se puede condenar socialmente antes de que se haya completado el debido proceso o buscar venganza personal frente a supuestos hechos delictivos, de cualquier naturaleza.

Hemos visto que la violencia se magnifica como espectáculo y muchas causas judiciales se han planteado en el terreno del periodismo-espectáculo que prejuzga y condena para satisfacer sus ambiciones o prejuicios. Desde distintos lugares hay quienes lanzan acusaciones infundadas para ganar espacio político o justificar proscripciones. Eso también es favorecer la corrupción de las leyes e instituciones. Somos llamados a un ejercicio de discernimiento entre muchas noticias falsas o distorsionadas y la información veraz. Ya hemos señalado, en ocasión de nuestra declaración del Bicentenario de la Independencia, que la corrupción no solo ocurre por dádivas, prebendas o sobornos: también es corrupto el juez o funcionario que lo hace desde el interés de clase, juzga según su sesgo ideológico o político, busca la ventaja corporativa o actúa desde el prejuicio social.

Ya el profeta Miqueas advertía que “para completar la maldad con sus manos, el príncipe demanda, el juez juzga por recompensa y el poderoso habla lo que se le antoja, y ellos lo confirman. El mejor de ellos es como el espino; el más recto, como zarzal” (7:3-4). No es esa la justicia que espera nuestro pueblo; hay otra justicia: “Abre tu boca, juzga con justicia y defiende la causa del pobre y del menesteroso” (Proverbios 31:9). El salmista espera del poder otra justicia: “Oh Dios, da tus juicios al rey, y tu justicia al hijo del rey. El juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus afligidos con juicio. Los montes llevarán paz al pueblo, y los collados justicia.  Juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso, y aplastará al opresor” (Salmo 72:1-4).

La justicia es mayor que el poder judicial: es un don del Dios de gracia y como tal debe ser ejercida por los seres humanos.

De las grietas y los encuentros

En un mundo que se ha vuelto aún más violento, como lo muestra la situación en Siria (Alepo), y crece el prejuicio racial o religioso, es muy nocivo alentar el odio o la discriminación. La educación, la salud, la cultura, los derechos de los pueblos originarios o de las minorías, la situación de la mujer y de los migrantes, e incluso de la libertad e igualdad en el plano religioso, entre otros muchos temas, son espacios sociales que pueden ser ocasión de encuentro y solidaridad, de crecimiento y mutuo aporte, o lugar donde se profundizan las divisiones y conflictos. La fe evangélica no es ingenua en cuanto a la existencia real de las tensiones que hacen a la vida y la presencia de intereses contrapuestos. A su vez señala que no será el odio o las rivalidades, sino el respeto y el reconocimiento de la dignidad de todos y cada una de los seres humanos lo que traerá mayor libertad y paz. La diversidad, incluso de opiniones, no es motivo de ruptura sino de encuentro y complementariedad, pero la obcecación ideológica, el diálogo condicionado o los consensos forzados solo hacen crecer la desconfianza. Si hemos de superar las grietas que dividen y dificultan nuestra convivencia, será necesario saber escuchar y razonar con prudencia. El debate es sano si es honesto, y si lleva en sí la búsqueda y práctica del amor y la verdad.

Para los evangélicos el año 2017 es muy especial. Se cumplen quinientos años de una fecha muy significativa para el movimiento de fe que nos reúne: fue cuando Martín Lutero, buscando purificar la vida de la Iglesia cristiana, dio a publicidad sus “95 tesis”. No buscaba la ruptura, sino un retorno a las más puras fuentes del Evangelio, a la fe simple de los primeros creyentes en Jesús. Al celebrar este acontecimiento, tan importante para nuestra fe, pero también para toda la cultura e historia de Occidente, no queremos profundizar una grieta ni revivir condenas mutuas. Por el contrario, desde nuestra experiencia de fe queremos aportar a una mejor convivencia, un mensaje de amor, un real interés por el bienestar de nuestro pueblo, especialmente por los más débiles y vulnerables, una palabra inspiradora que nos ayude, en diálogo fraterno, a encontrar caminos  de justicia y paz, de plenitud de vida, siguiendo las palabras de Jesús “Yo he venido para que tengan vida, y vida en plenitud” (Juan 10:10).

Junta Directiva  FEDERACIÓN ARGENTINA DE IGLESIAS EVALNGELICAS

 

 

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