Buenos Aires, 19 de julio de 2017
Declaración ante hechos recientes de la realidad nacional
Basta de violencia
Ya en varias oportunidades, a lo largo de los últimos años, hemos advertido el crecimiento de la violencia en nuestro país, acompañando la escalada a nivel mundial.
- Violencia simbólica, de agresión verbal, de mutuos insultos y descalificaciones, acusaciones sin fundamento, en lo que nuestros dirigentes nos han dado el pésimo ejemplo haciendo trepar el espiral de violencia.
- Violencia de un poder judicial desacreditado y atado a intereses políticos y empresariales.
- Violencia de medios periodísticos que sesgando las noticias instalan prejuicios y odio.
- Violencia en el plano económico con la ambición desmedida y la acumulación irrestricta de bienes y poder en cada vez menos manos, mientras crece la desocupación, la pobreza y el hambre.
- Violencia de género que crece año tras año a pesar de las contundentes y multitudinarias marchas concientizadoras.
- Violencia que crece aún el seno familiar, explota como delito en las calles y por otro lado se manifiesta como violencia institucional.
A ello se ha sumado la violencia represiva. Policías pertrechados con los más sofisticados armamentos agrediendo a obreros desocupados y sus familias, que reclaman por su fuente de trabajo. Si toda violencia es lesiva, es peor cuando se ejerce en desmedro del pobre y el indefenso. Como cristianos repudiamos esa violencia, más aún cuando desde los discursos oficiales se pondera el diálogo y la unidad, y luego se desmiente en actitudes y declaraciones ofensivas. La paz no se consigue por el miedo sino por la justicia. En medio de las crisis que estamos viviendo debemos recordar que “el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:18).
Cabe recordar las palabras de la última homilía pública de Msr. Oscar A. Romero el día anterior a su martirio: “Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!” (Homilía del 23 de marzo de 1980).
De los límites de la propiedad
Mucha de esa violencia se justifica como defensa de la propiedad. Hemos de recordar que en la tradición bíblica solo Dios es propietario último de todo y los seres humanos sólo somos administradores para el bien común. “Del Señor son la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan” nos recuerdan el Salmo 24:1 y tantas otras leyes, oráculos, parábolas y diversas expresiones del Antiguo y Nuevo Testamento. La idea de propiedad absoluta es herética e idolátrica. Toda tenencia humana es a título precario y al servicio de la comunidad.
Así lo ha entendido la doctrina cristiana, desde los días de los padres griegos, pasando por Tomás de Aquino y Juan Calvino y otros reformadores, los anabaptistas y Juan Wesley, por nombrar solo algunos. Lo reafirman muchas encíclicas papales y numerosos documentos ecuménicos. Destacan que la propiedad no es absoluta y tiene una función social. Mucho más cuando esa propiedad está destinada a producir alimentos o cubrir otras necesidades básicas de la comunidad. Frente a la ambigua letra de la ley debe prevalecer la ética de la vida. La tarea de la justicia no es la afirmación del poder de los fuertes sino la protección y defensa del humilde. “Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaías 1:17). Y también: “Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del menesteroso” (Proverbios 31:9). Esa es la justicia de Dios, el sentido de la gracia divina, el evangelio de amor de Jesucristo.
Por ello queremos recordar una vez más el consejo del profeta, que nos ayude a superar la situación crítica en la que nos encontramos:
Reúne consejo, haz juicio; pon tu sombra en medio del día como la noche;
esconde a los desterrados, no entregues a los que andan errantes.
Moren contigo mis desterrados;
sé para ellos escondedero de la presencia del devastador;
porque el atormentador fenecerá, el devastador tendrá fin,
el pisoteador será consumido de sobre la tierra.
Y se dispondrá el trono en misericordia;
y sobre él se sentará firmemente, en el tabernáculo de David,
quien juzgue y busque el juicio, y apresure la justicia.
(Isaías 16.3-5)
Por la Junta Directiva de FAIE:
Ana María Velilla de De Medio Néstor Míguez
Secretaria Presidente