“Rescatar lo mejor de nuestra convivencia como Nación”: Reflexiones de fin de año

La Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE) quiere compartir con nuestras iglesias, con todos los evangélicos de nuestro país y con el pueblo argentino algunas reflexiones que puedan ayudarnos a valorar el camino recorrido en el año que está concluyendo y prepararnos para vivir el nuevo en gozo y paz, recorriendo juntos caminos de mayor justicia. Nos parece oportuno expresar desde el Evangelio un mensaje que nos ayude a rescatar lo mejor de nuestra convivencia como nación afirmada en principios democráticos y en la igual dignidad de todos sus habitantes.

Lo hacemos frente a una realidad nacional donde se mezclan esperanzas y conflictos, donde conviven entusiasmo y desazón, donde se manifiestan esfuerzos por avanzar en una mejor calidad de vida y a la vez reclamos sectoriales, donde las mismas medidas son vistas como democráticas por unos o como autoritarias por otros. Lo hacemos procurando vivir en la convicción que expresara el Apóstol Pablo: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1Co 13:13). Es ese amor a nuestro prójimo el que debe guiar, más allá de la diversidad de credos y posiciones, nuestra vida nacional.  Es el amor, nunca el odio o el egoísmo, el que trae bien a los pueblos. Como creyentes evangélicos hemos aprendido que ese amor toma ejemplo y posibilidad de realización del propio amor divino manifestado en Jesús, el Mesías de Nazaret: “Amados, si Dios así nos ha amado, también debemos amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor se ha perfeccionado en nosotros” (1 Jn 4:11-12).

En ese sentido, cabe reconocer nuestras propias falencias, siguiendo el mandato de “ver la viga en el propio ojo antes que la mota en el ajeno” (Mat 7:3).  No podemos sino lamentar que personas malintencionadas se hayan escudado bajo el título de  pastor, o en la fe evangélica para engañar, delinquir y defraudar. Nos duele reconocer que muchos predicadores evangélicos deforman el mensaje y la fe sencilla de los fieles prometiendo prosperidad o milagros a fin de aumentar su feligresía y prestigio personal. Sabemos que ha habido expresiones religiosas evangélicas rayanas con el fanatismo. La plena convicción de la fe es la que se expone en el diálogo sincero, y no en la calificación o descalificación de otros. La participación de cristianos en apoyo e incluso en actos de violación de derechos humanos ayer y hoy no puede sino resultar incompatible con la fe que profesamos.

También nos toca reconocer la generosidad de Dios hacia nuestro pueblo en los bienes y bellezas que ha prodigado en esta tierra, puestos al servicio de todos los que la habitamos. También le agradecemos por aquellas actitudes y expresiones que hacen a la construcción de una nación libre. Nos alegra la creciente participación de las generaciones más jóvenes en la vida nacional, asumiendo sus responsabilidades cívicas y sociales con entusiasmo y actuando solidariamente, más allá de las distintas opciones que puedan tomar. Sabemos que es un avance el hecho de que distintos sectores sociales expresen sus ideas, aun aquellas con las que no acordamos, sin temor de represión o censura. Ciertamente ello no justifica los hechos de insulto e incluso de agresión física que se han dado en algunas de ellas. La libertad de manifestación no debe confundirse con un supuesto derecho a la amenaza o la agresión.  Por cierto que la soberbia del poder y el afán desmedido de riquezas trae corrupción y genera injusticia, sea  en los diversos estamentos del Estado o de las corporaciones privadas.

Los datos objetivos muestran un crecimiento económico y una mayor distribución de bienes entre los diversos sectores sociales. Esto no debe ocultarse bajo las sensaciones subjetivas que tratan de imponer ciertos intereses comunicacionales. Pero menos debemos conformarnos con estos logros aún parciales. El crecimiento económico no puede obtenerse a costa de un equilibrio ambiental necesario para una vida sustentable. Los mecanismos de distribución deben ser ecuánimes y progresivos. Debe asegurarse la actividad productiva frente a la especulación financiera. Caben aquí responsabilidades compartidas, tanto del Estado y del gobierno como de las entidades de la actividad económica y de la sociedad civil.

Aún hay un largo camino a recorrer para un mejoramiento de las condiciones de vida, laborales y salariales, de los sectores más vulnerables. El mensaje de los profetas nos recuerda que la justicia de una sociedad debe valorarse por la situación de los más necesitados y débiles, la viuda y el huérfano, el pobre y el extranjero, en el lenguaje bíblico. “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn 3:17). Como iglesias comprometemos nuestro apoyo y acompañamiento activo para todas aquellas políticas que avancen en este sentido.

Sin negar que podemos tener ciertas discrepancias con algunos elementos incluidos en leyes que hacen a las prácticas de género o a la bioética, a la vez apoyamos toda legislación que avance en ampliación de derechos y nos ayude a superar cualquier forma de discriminación. Por ello abogamos también por una plena libertad e igualdad en materia religiosa. En nuestra tradición teológica, afirmamos la necesaria separación de Iglesia y Estado, así como la libertad de las iglesias, asociaciones y comunidades de fe para cumplir sin distingos las funciones sociales que le son propias, desarrollar su misión y formación de sus fieles, darse su propio gobierno, sin desconocer nuestra responsabilidad hacia el conjunto social. Ello no implica ningún privilegio. No los pedimos para nosotros ni los queremos para nadie. Por ello pedimos que esto se considere en el nuevo Código Civil y Comercial, y en la inmediata derogación de la ley de Registro de Culto sancionada por la dictadura militar (decreto ley 21745).

Creemos, afirmados en el evangelio, en el derecho a discrepar y disentir, a buscar alternativas, a no aceptar un discurso único. Pero no aceptamos la distorsión de la verdad o el discurso falto de sinceridad y transparencia. Por la misma convicción sostenemos que la felicidad de un pueblo nace del estímulo mutuo a las buenas obras antes que de la crítica negadora, de la búsqueda de justicia para todos antes que del reclamo corporativo. Es el gozo compartido que nos da nuestra fe el que buscamos trasmitir a nuestro pueblo, pues toda construcción de buena vida nace de la alegría solidaria. La fe cristiana no reclama otro privilegio que el que le da el propio evangelio: el ser testigos de la Cruz de Cristo y de su amor salvador hacia toda la humanidad sin distinciones, el de anunciar la esperanza que se abre con su resurrección, y ser portadores de la presencia del Espíritu de Dios que anima toda la creación. Por todo lo expresado, rogamos a Dios nos permita disfrutar en 2013 de una creciente armonía, paz y justicia entre todos los argentinos y así mismo, recibir de su maravillosa mano la sabiduría y bienestar que nos permita poner fin a la pobreza y la exclusión en nuestra patria.

Por la Junta Directiva de Federación Argentina de Iglesias Evangélicas

NéstorO.Miguez

Presidente

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